Cuenta la mitología griega que uno de los trabajos de Hércules fue derrotar a la poderosa Hidra de Lerna. La hazaña no era pequeña, ya que a la criatura, por cada cabeza que se le cortara, le crecían dos más. Sin embargo, dudo mucho que la legendaria «Gloria de Hera», con toda su fuerza, hubiera podido hacer nada contra Internet, auténtica hidra de nuestros días. Bienvenidos al efecto Streisand.
En 2003 la cantante y actriz Barbra Streisand demandaba a un fotógrafo californiano, Kenneth Adelman, y a la página web pictopia, para que se retirara una imagen aérea de su casa y, de paso, pidiendo el pago de 50 millones de dólares, alegando violación de su derecho a la privacidad. El fotógrafo se defendió argumentando que tales imágenes (y el resto que formaban un archivo de 12.000 fotos) formaban parte de un programa que tenía como objetivo documentar el desgaste de la costa californiana.
Con lo que no contaba Streisand es que, por culpa de (o quizá, gracias a) su denuncia, más de 420.000 personas visitaron la web demandada el mes siguiente y, lo que es peor, muchos de ellos tomaron las imágenes de la polémica y las colgaron en sus webs, blogs y servicios de intercambio de archivos, haciendo de algo que no tenía el menor interés (al menos para los no fans de la vida y obra de la actriz y cantante), una moda que hizo furor en Internet.
La moraleja del caso Streisand está clara. Intentar censurar o coartar la libertad de expresión en Internet (o en una sociedad en la que la Red es un medio de comunicación masivo) puede tener consecuencias totalmente contrarias a lo que se busca. Más allá de los desvelos de doña Barbra por su privacidad, hay otros muchos ejemplos más cercanos en el tiempo que nos demuestran el poder del efecto Streisand: las caricaturas de Mahoma, la portada de los Príncipes de Asturias en El Jueves o la fotografía de la familia Zapatero con Obama y señora. Todos estos casos, y muchos más, tienen algo en común, algo que alguien no tenía interés que se supiera e intentó censurarlo, saliéndole el tiro por la culata. A los internautas no les gusta los intentos de censura, y colgar una imagen o un comentario cuesta muy poco.
Con lo que no contaba Streisand es que, por culpa de (o quizá, gracias a) su denuncia, más de 420.000 personas visitaron la web demandada el mes siguiente y, lo que es peor, muchos de ellos tomaron las imágenes de la polémica y las colgaron en sus webs, blogs y servicios de intercambio de archivos, haciendo de algo que no tenía el menor interés (al menos para los no fans de la vida y obra de la actriz y cantante), una moda que hizo furor en Internet.
La moraleja del caso Streisand está clara. Intentar censurar o coartar la libertad de expresión en Internet (o en una sociedad en la que la Red es un medio de comunicación masivo) puede tener consecuencias totalmente contrarias a lo que se busca. Más allá de los desvelos de doña Barbra por su privacidad, hay otros muchos ejemplos más cercanos en el tiempo que nos demuestran el poder del efecto Streisand: las caricaturas de Mahoma, la portada de los Príncipes de Asturias en El Jueves o la fotografía de la familia Zapatero con Obama y señora. Todos estos casos, y muchos más, tienen algo en común, algo que alguien no tenía interés que se supiera e intentó censurarlo, saliéndole el tiro por la culata. A los internautas no les gusta los intentos de censura, y colgar una imagen o un comentario cuesta muy poco.
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