Cuando yo era pequeño, había un dicho popular que se aplicaba a esa gente descuidada con su patrimonio que siempre acaba pagando el vermú de la peña. “Sembles el noi de Tona, que tot ho dóna” (“pareces el chaval de Tona, que da todo lo que tiene”), se les advertía. Hasta hace bien poco, yo creía que la del chaval de Tona era una historia inventada. Pero he comprobado que no. El chaval de Tona que daba todo lo que tenía fue un personaje de comienzos del siglo XX que, en 1931, llegó a ser alcalde de su pueblo bajo las siglas de ERC y que acabó siendo amigo de un veraneante ilustre, Santiago Rusiñol, que lo adentró en los misterios de la vida bohemia. El chico se llamaba Josep Molera, se mudó a Barcelona y parece ser que terminó siendo un hombre feliz, pero pobre de solemnidad.
Todo esto ha venido a cuento después de echar un vistazo al libro del nuevo gurú del management, Adam Grant (@AdamMGrant), que se titula Give and Take y que a estas alturas ya es un superventas. Grant es un joven profesor de Warthon que fundamenta su éxito en compartir sus conocimientos con todo aquel que se lo pide. Y en este libro, editado por Viking Adult, nos habla de tres diferentes tipologías profesionales: los takers, los matchers y los givers.
Es decir, los que toman todo lo que pueden, los que sólo dan lo que equivale a lo que toman, y los que dan sin esperar nada a cambio. Es evidente que las virtudes del esfuerzo, la pasión e incluso la buena suerte, son básicas en toda carrera profesional o empresarial que se precie. Pero ahora se empieza a ver claro que el éxito a largo plazo sólo lo obtienen los givers, que son quienes comparten habilidades e instrumentos, los que instruyen a los más jóvenes, los que proponen objetivos comunes.
¿Quiere eso decir que los tiburones, que tan en boga estuvieron en los años 90, se han extinguido? No, simplemente significa que estos tal vez puedan obtener beneficios a corto plazo, pero que no son capaces de generar la confianza necesaria para progresar adecuadamente en el mundo de las organizaciones, ni probablemente en la gestión de su vida privada. Sostiene Grant que, en cambio, los profesionales más generosos terminan convirtiéndose en auténticos líderes en su especialidad laboral o empresarial. Y pone varios ejemplos. Es un libro francamente recomendable.
No sabemos si hoy en día el chaval de Tona también habría acabado siendo pobre como una rata. Pero lo que tal vez le habría aconsejado Grant es que, sin dejar de ser desprendido y generoso, se hubiera fijado objetivos razonables, los hubiera compartido y les hubiera dedicado todo su esfuerzo, ilusión y talento.
Porque la buena suerte sólo se prenda de quien la persigue, incansablemente, día a día.
Y al que la sabe compartir.
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