Hace pocos días el CEO de la Mobile World Capital, Aleix Valls, insistía a Intermedia en la importancia de la interacción a la hora de construir audiencias. Un hecho que en tiempos de esplendor de los diarios de papel se manifestaba a través de las cartas al director o los micrófonos abiertos y ahora se manifiesta a través de internet. Nada que ver.
Hoy día, la influencia de un periodista, un tertuliano, un medio de comunicación o una agencia de comunicación se mide por su capacidad de crear audiencias y de influir en otros medios o prescriptores de opinión pública. Y esta influencia, que se expresa a través de un diálogo constante entre medios convencionales y redes sociales, se sustenta, sobre todo, en la fiabilidad y credibilidad del emisor.
Desmintiendo todas las tendencias y previsiones catastrofistas que sobrevuelan el sector, The New York Times ha ganado más de 130.000 suscripciones netas desde la victoria de Donald Trump en los EEUU. Un incremento diez veces superior al registrado en el mismo periodo del ejercicio anterior, y debido principalmente a la edición digital, que es la que permite la interacción inmediata entre redacción y lectores que ha acabado creando la nueva figura del lector-prescriptor, un receptor-emisor que elige sus fuentes, copia y envía a su propia audiencia, generalmente, vía whatsapp, los contenidos que considera más interesantes.
Deberíamos, pues, distinguir entre crisis de modelo y crisis de sistema. El viejo modelo industrial, construido sobre millones de toneladas de papel, millones de litros de tinta y millones de litros de gasolina ha dejado de ser sostenible. El periodismo, no.
Ya en los años 60, Marshal Mc Luhan, «el más hippy de los académicos y el más académico de los hippies», decía que «somos lo que vemos» y que «nosotros formamos nuestras herramientas y luego las herramientas nos forman a nosotros «.
Por su parte, el director de un medio estatal de comunicación digital comentaba en otro encuentro cómo el fenómeno Trump escenifica el duelo entre dos poderes con graves problemas de reputación que se descalifican mutuamente: la clase política y los mass media.
«Más allá de la ética- decía- debemos contemplar la credibilidad como instrumento de negocio». Pues seguramente sí, porqué si no la gente acabará construyendo sus propias herramientas, antes de que sean las nuevas herramientas las que -intenten- formarnos a nosotros.
¡Feliz primavera!
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