La profesión de periodista siempre me ha parecido propia de aventureros, al menos cuando se lleva a cabo con rigor e independencia, dos características que a menudo parecen imposibles de alcanzar al mismo tiempo. Quizás sea porque todavía tengo aquella idea romántica del periodista cazando la noticia, investigando para completarla y contrastarla… Del periodista como un extraño ser que escribe de noche mientras hace tintinear los cubitos de hielo en el whisky, y con aporreamiento del teclado de sus compañeros como acompañamiento sonoro… Sí, sin duda tengo una idea muy cinéfila del oficio…
No hace mucho que conocí la obra de Sergei Dovlatov, y fue gracias a una crítica de Marina Espasa publicada en Time Out Barcelona. Aquel texto, como hacen los buenos artículos críticos, me animó a adentrarme en la prosa del escritor, y con su libro La maleta, publicado por Labra Ediciones en catalán, descubrí una personalidad abrumadora que conseguía hilar fino con su especial sentido del humor en el absurdo de las convenciones sociales. A través de una estructura forjada alrededor de un grupo de escritos, en El compromís Dovlatov hace humana la labor del periodista y rompe con esa idea romántica del oficio al explicar el qué, el cómo y el porqué de toda una serie de artículos que publicó en su etapa como periodista en un diario del gobierno socialista estonio. Las noticias, finalmente, son la excusa (como lo eran los objetos de La maleta) para retratar lo más absurdo de la humanidad y para desnudar el periodismo de todas aquellas grandes palabras que nos gustaría que le acompañasen: libertad, verdad, responsabilidad…
Sin duda, la nueva tarea del seguidor del periodismo (me niego a llamarlo consumidor, por el cariz económico de la palabra; aunque tampoco diré lector, porque tampoco soy tan generosa) está en saber encontrar las noticias y los periodistas que menos sufran de todo lo que Dovlatov nos muestra como intrínseco del oficio. De hecho, retrata claramente la profesión cuando dice aquello de «Ford dijo una muy buena sobre los periodistas: ‘Un periodista honrado solo se vende una vez.’ De todos modos, esta opinión me parece idealista. En el periodismo hay casas de empeño, tiendas de segunda mano y hasta un rastro. O sea, que hay reventa por todas partes.»
La sorpresa y el impacto de este hallazgo, sumado a la colección esperpéntica de personajes, situaciones y relaciones que presenta Dovlatov, hacen de El compromís una lectura dura y divertida al mismo tiempo, y es por eso que podemos suscribir al pie de la letra las palabras de Albert Sánchez-Piñol cuando dice que «Cuando lees a Dovlatov no sabes si reír, llorar o llorar de risa».
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